El peligro de una Somalia latinoamericana

Hace algunos años en los círculos de izquierda cuando un país entraba en una crisis política, económica y social, se decía, usando la teoría leninista, que ese país vivía una situación revolucionaria. Si aplicáramos ese concepto ahora, Haití estaría en su mejor momento para un cambio revolucionario. En el pasado con el colonialismo y la Guerra Fría cualquier país era importante para las potencias por cualquier cosa. Era difícil imaginar que un país podía morir. Fue cuando terminó la Guerra Fría, que apareció la idea de Estados fallidos. Paul Collier, un connotado académico británico, ha llamado “el club de la miseria” a un conjunto países africanos, que viven bajo pobreza, violencia e ingobernabilidad endémicas.

Con sus propias características Latinoamérica tiene en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua su propio “club de la miseria”. El desastre penitenciario en Honduras con casi 400 muertos es una señal de la grave situación en que se encuentra Centroamérica, la región más violenta del mundo y al mismo tiempo la más pobre, la más inestable políticamente y la más vulnerable a los desastres naturales del continente.

Guatemala, Honduras y El Salvador en realidad nunca se pacificaron, solo mutaron de la violencia política a la violencia criminal en ambos casos a gran escala. Conforme a los indicadores de desarrollo humano de Naciones Unidas del año 2011, entre 187 países, El Salvador ocupa el lugar 105, Honduras el 121, Nicaragua el 129 y Guatemala el 131. El Salvador está colocado en un sitio menos peor debido a que recibe casi 4.000 millones de dólares anuales en remesas y éstas funcionan como un subsidio masivo a la pobreza. Sin embargo por eso mismo es el mayor expulsor de población y por eso también su economía no crece. Nicaragua tiene mejor seguridad, sin embargo es políticamente inestable y su situación social y económica no ha empeorado paradójicamente por los 2.000 millones de dólares en ayuda que Chávez ha entregado a Ortega durante años recientes. No existen esos niveles de cooperación en ninguna parte del mundo.

Guatemala tiene 22 prisiones con capacidad para 8.000 reos, pero albergan actualmente casi 13.000. El Salvador tiene 19 con capacidad para 9.000, pero ahora albergan 25.000 y Honduras tiene 24 con capacidad para 8.000, pero actualmente albergan 13.000. Es decir que infiernos como el reciente pueden repetirse. En estos países existe un severo déficit en cantidad y/o calidad de las policías y una saturación extrema de sus sistemas judiciales. En Guatemala y Honduras los niveles de penetración del crimen organizado entre policías y militares son tan graves que podrían volverse irreversibles. Posiblemente esa sea la razón del sorpresivo giro del general Otto Pérez presidente Guatemala, quien anunció “mano dura” contra el crimen durante su campaña y ahora propone “despenalizar la drogas” para evitar derramamiento de sangre. Honduras está enfrentando dificultades para decidir quien realizará la peligrosa tarea de la depuración de su policía, que según algunos es en realidad un cartel criminal.

Guatemala, Honduras y El Salvador son Estados incapaces de brindar seguridad a sus habitantes. Han perdido soberanía sobre porciones de sus territorios, a manos de pandilleros o narcotraficantes. Algo similar podría ocurrirle a Nicaragua en la Costa Atlántica, donde siempre ha sido débil la presencia del Estado.

Centroamérica está ubicada además en una zona altamente sísmica por la existencia de numerosas fallas y volcanes activos y sufre también inundaciones frecuentes, dado que la influencia del mar Caribe la expone a huracanes y depresiones tropicales. La región afronta ahora las consecuencias del cambio climático con amenaza de hambrunas fruto de sequias. Una investigación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), sostiene que a consecuencia del cambio climático para el 2050 las pérdidas en Centroamérica podrían superar el 10% del PIB regional. La Secretaría de Integración Centroamericana estima que en cuarenta años la región ha sufrido pérdidas económicas por 30.000 millones de dólares a consecuencia de los desastres naturales, esto además de decenas de miles de muertos y millones de desplazados. Durante el 2010 el Programa Mundial de Alimentos atendió en emergencias y operaciones de socorro a 1.160.000 personas.

Centroamérica albergó las dictaduras más brutales del continente en Guatemala y El Salvador. Éstas dejaron agravios como el genocidio de miles de indígenas en Guatemala o la masacre de “el Mozote” en El Salvador, donde más 900 campesinos, entre ellos 460 niños fueron asesinados. Aunque resulte indiscutiblemente justo resolver estos agravios, la pregunta es si estos países pueden darse el lujo de atender este tema sin volverse más inviables. Incapaces de darse seguridad y justicia en el presente, pretender que lidien con el pasado suena a broma.

Centroamérica no puede salvarse sola, necesita de un vasto plan de cooperación internacional. Existe en sus élites una cultura de convivencia con la violencia y éstas han creado feudos de seguridad y entretenimiento para evadir y olvidar el peligro. Sin embargo la violencia será cada vez más escandalosa; la inestabilidad política que ya produjo un golpe de Estado en Honduras y fraudes electorales en Nicaragua puede empeorar, los desastres naturales podrían resultar cada más fatales y la emigración hacia EEUU a través de México irá en aumento. Centroamérica es un entramado de fallas sísmicas, ruta de drogas, paso de huracanes, agravios históricos, oligarquías insensibles que se resisten a pagar impuestos, polarización política irracional, Estados sin recursos, ausencia de riquezas naturales, pobreza extrema, corrupción elevada, pandillas salvajes, narcotraficantes poderosos y una clase política incapaz de mantener la cohesión social. El peligro de que estos pequeños países acaben convertidos en Estados fallidos y en santuarios de criminales como Somalia es real.