Ni el mejor guionista cinematográfico hubiera tramado algo tan truculento. Dos sacerdotes contratan a sicarios para que les asesinen haciendo creer que es un atraco. ¿La razón? Parece ser que quisieron evitar un escándalo público que dejaría al desnudo sus intimidades porque uno de los dos padecía una enfermedad incurable que podría ser sida.
Rafael Reátiga y Richard Píffano eran dos curas respetables que ejercían su apostolado en barriadas deprimidas del sur de Bogotá. El 26 de enero del 2009, aparecieron muertos en el interior de un vehículo en la misma zona donde ejercían su labor pastoral.
Al principio todo apuntaba a que el móvil había sido el robo puesto que a ambos les faltaban todos sus objetos personales valiosos. Pero poco a poco los investigadores fueron desentrañando la compleja madeja hasta dar con la verdad de los hechos.
Descubrieron que habían hecho un pacto secreto para morir juntos y que días antes de la fecha fijada para dejar este mundo, viajaron hasta el Cañón de Chicamocha, un enclave natural espectacular, situado en el departamento de Santander, al noreste del país, para despedirse. Reátiga había nacido en esa región en 1975 mientras que su amigo, un año menor, era oriundo del Norte de Santander, departamento vecino.
Los sacerdotes buscaron a sus asesinos entre una banda dedicada al "bolillazo", como aquí se conoce a una modalidad de timo que consiste en engañar a la gente haciéndoles creer que ganarán millones multiplicándoles el dinero con falsas inversiones. Un par de ellos se prestaron a hacer el trabajo por el equivalente a unos 7.000 euros.
Antes del día D, los religiosos comenzaron a poner sus cosas en orden. Comenzaron a rechazar cualquier compromiso posterior el 26 de enero, incluso el bautizo de un familiar que tendría lugar en febrero. Dijo uno de ellos que "para esa fecha no estarían disponibles". Otro traspasó todos sus bienes a su madre.
La Fiscalía estudió las llamadas telefónicas que los amigos hicieron durante las semanas previas a su muerte y dieron con unos números que al final condujeron a los sicarios. Confesaron que les pagaron días antes del crimen consentido la mitad de lo pactado y que el mismo día de los hechos les dieron el resto.
Rafael Reátiga era párroco de la iglesia Jesucristo de Nuestra Paz, entre los barrios de Bosa y Soacha de la capital. El quinto de siete hermanos, se había ordenado en el año 2000 en Honduras, y estudió Teología y Filosofía.
Su amigo, Richard Píffano, párroco de San Juan de la Cruz, en Kennedy, también era sacerdote desde el 2000, además de tener el título de Filosofía. Se habían conocido en la Universidad y desde entonces eran íntimos.
Los investigadores del CTI de la Fiscalía general supieron que los dos jóvenes frecuentaban locales gays de Bogotá vestidos de calle y sin llamar la atención. Los dos jóvenes eran muy apreciados en sus respectivas parroquias por su gran labor social y pastoral.