¿Y qué haríamos si en realidad estuviéramos viviendo los últimos días de nuestro planeta?
¿Qué cambiaríamos, qué desecharíamos, qué haríamos crecer, a qué le daríamos más importancia? Si es o no que pasará “algo” que cambie de manera importante el curso de los acontecimientos en el mundo, la idea colectiva de la terminación o transformación de la vida sirve para replantear nuestra manera de vivirla.
El automatismo y los vicios de nuestras rutinas nos han dejado en gran medida insensibles al significado de nuestra existencia y de todas las formas de vida, aun tratándose de nuestros seres más cercanos.
Así que sentir que en un parpadeo esto que conocemos como realidad podría cambiar dramáticamente, puede ser una joya de conciencia.
Seguramente apreciaríamos lo que tiene en realidad más valor para nosotros, no para nuestro prestigio, ni nuestras ganancias, ni nuestro nombre, sino para nuestro corazón.
Muy seguramente iríamos donde hemos lastimado para por fin poder decir con genuino arrepentimiento cuánto lo sentimos y dejar de cargar con la inutilidad de la culpa; podríamos decir a corazón abierto cuánto agradecemos lo que nos han dado quienes con su amor llenaron nuestras copas.
Reconoceríamos a quienes abriendo una profunda inspiración hicieron mejores nuestras vidas. Agradeceríamos a la divinidad, o a Dios, o al Universo que nos permitiera venir a la vida, conocer a quienes conocimos y experimentar lo que experimentamos.
Nuestra concentración se volcaría al presente para dejarnos entregar de manera total a todas esas “últimas veces” de vivir algo. Dejaríamos un tanto de ser tan miedosos para expresar y recibir el amor y ponerle tantas falsas expectativas a los regalos del destino y a los demás.
Tal vez de súbito abriríamos el corazón y nuestra existencia tomaría un giro sorprendente.
Suceda algo impactante o no, el solo hecho de saber que podemos desaparecer en cualquier instante es lo que hace un cambio impactante para renacer de un mundo de conciencia a otro.