"Fue un sabio que nos protegió de los ataques. Había soñado otra despedida", se lamenta la joven Carolin frente a la Catedral cairota de Abasiya mientras un cántico triste e interminable llega a oídos de la multitud que ha llegado, en peregrinación desde todos los rincones del país, para rendir el último tributo a Shenuda III, el Papa de la Iglesia Ortodoxa Copta.
La misa comienza cuando los diáconos entonan sus oraciones en árabe y copto, una lengua heredera de los jeroglíficos faraónicos, ante el ataúd abierto del patriarca Shenuda III, que falleció el pasado sábado a los 88 años. Durante cuatro décadas, el difunto dirigió a una minoría que representa el 10% de la población egipcia.
"Expandió nuestra iglesia por todo el mundo y fue nuestro líder espiritual y político", resume Fahir. Este doctor de 24 años reconoce, sin embargo, que bajo su mandato los seguidores de una de las iglesias más antiguas de Oriente se enfrentaron a una escalada de la violencia sectaria.
"Unos 200.000 coptos emigraron durante este tiempo pero yo quiero vivir aquí", agrega. Un amplio despliegue policial rodea la zona para evitar el caos que el pasado domingo acabó con tres muertos, aplastados entre el gentío, y 135 heridos.
La muchedumbre, encaramada a edificios cercanos a la catedral o desplegada a lo largo de la barrera de seguridad, lanza cánticos: "Queremos verle antes de despedirle" o "No está muerto, está en el cielo". Y, mientras la misa prosigue con su tono fúnebre, sacia la sed con zumos y té o alimenta el estómago con koshari, una comida local preparada a base de arroz, lentejas, garbanzos y macarrones. En el bar, los clientes se echan sobre la barra embelesados con las imágenes que transmite un viejo televisor.
'Con Mubarak vivíamos mejor'
La pantalla recoge uno de los instantes más emotivos. Uno de los obispos que ofician las exequias lee la epístola que el Papa, aquejado de varias enfermedades crónicas desde hace años, escribió a modo de adiós póstumo. "Soy vuestro padre
Preservad la paz y mantened el contacto con vuestros seres queridos, promoved los buenos actos y no dejad que el camino se tuerza", ruega a sus feligreses.
"Este país es tierra cristiana", sostiene Kiro, un joven que bendice la complicidad del difunto con el derrocado Hosni Mubarak. "Por supuesto que con Mubarak los cristianos vivíamos mejor", apostilla.
En el interior del templo, el futuro –insólito hace un año- asiste oculto entre una peculiar corte de autoridades: altos cargos de la Junta Militar que administra el país, candidatos presidenciales o diputados. Incluso está el presidente del nuevo parlamento, el histórico dirigente de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Saad el Katatni.
El padre Bojomios, el miembro más anciano del Consejo de Obispos y líder interino de la institución hasta la designación del nuevo Papa, dirige los honores fúnebres que llegan a su fin cuando se cierra el ataúd, rodeado de velas, incienso y cruces. Entonces el Papa enfila el camino hacia la calle cortejado por una barahúnda de fieles que tratan de extender sus brazos y tocar el féretro.
Avalancha de devotos
A bordo de una ambulancia, los restos del patriarca cruzan veloces la avenida contigua a la catedral mientras una avalancha de devotos rompe el cordón establecido por los uniformados y sigue la estela del vehículo en una carrera nerviosa y jalonada por lamentos y lágrimas.
"Era nuestro gran padre y se merece que le despidamos en su tumba", explica Marco poco antes de tomar junto a su familia la carretera que conduce al monasterio de San Bishoi en Wadi el Natrun.
Hasta el páramo, enclavado a unos 90 kilómetros al norte de El Cairo, el féretro es conducido en un helicóptero militar. Otro baño de masas le espera en un oasis que emerge en mitad de un desierto de sal. Fiel a su última voluntad, Shenuda regresa al monasterio en el que fue confinado en 1981 cuando el entonces presidente Anuar el Sadat le despojó de su autoridad y le desterró como castigo por denunciar la discriminación contra los cristianos.
Entretanto, el tumulto solo abandona la catedral cuando han pasado sus pañuelos de papel o tela sobre la madera tallada del trono de San Marcos, que difundió el credo cristiano por Egipto en el siglo I.
El pontífice, ataviado con su corona y sus alhajas doradas, permaneció recostado sobre su sillón durante las jornadas que duró su velatorio. Otros fieles, en cambio, optan por lograr un recuerdo en unas flores y, cuando éstas se han esfumado, en el pedazo de corcho en las que estuvieron clavadas.
El rostro de Shenuda, un teólogo célebre por su sentido del humor, se sucede por las arterias a través de las que se diluye la multitud. Allí, en improvisados tenderetes, apenas son necesarias unas cuantas libras para llevarse carteles o pins en honor al difunto cuya pérdida coincide con una incierta transición política.