¿SON FIDEDIGNOS LOS DOCUMENTOS DEL NUEVO TESTAMENTO? - CAPITULO V

LOS    MILAGROS    DE    LOS    EVANGELIOS

   Nos parece que antes de abandonar nuestra consideración de los Evangelios, debemos decir algo referente a las narraciones milagrosas que contienen. 
Es indudable que tema de semejante envergadura debería haber sido tratado por autor más competente; pero quien trata de contestar la interrogante que abre el título de este libro, debe reconocer que los relatos milagrosos que integran los Evangelios, constituyen la dificultad principal para que muchos lectores acepten la documentación del Nuevo Testamento como digna de confianza.
   Se puede decir, hasta cierto punto, que la credibilidad de tales narraciones es asunto de evidencias históricas. Si son relatadas por autores que pueden demostrar que son dignos de confianza en otras disciplinas, entonces vale la pena que el historiador les preste seria atención, por lo menos. La literatura provee muchos tipos de relatos milagrosos; pero los Evangelios no piden que creamos que Jesús hizo girar el sol de oeste a este, ni nada parecido; ni aún le atribuyen las monstruosidades que aparecen en los evangelios apócrifos del siglo segundo. Las narraciones milagrosas de los Evangelios corresponden, en general, al tipo de obras que puede esperarse de la Persona que ellos presentan y que llaman Jesús, Como ya vimos, ni aún en los estratos más antiguos de los Evangelios encontramos un Jesús que no sea sobrenatural, y no hemos de sorprendernos que se le atribuyan obras sobrenaturales. Si desde el comienzo rechazamos la idea de un Jesús sobrenatural, rechazaremos también los milagros; pero si, por el otro lado, aceptamos el retrato que los Evangelios ofrecen, los milagros de los Evangelios dejarán de ser una piedra de tropiezo insuperable.
   Está fuera de toda duda que el historiador se muestra más exigente en sus indagaciones cuando en las evidencias están en juego los milagros. Pero si la evidencia es realmente buena, no la rechaza por apriorismo. Por eso es que el Profesor A. T. Olmstead, destacada autoridad sobre la historia del antiguo Oriente, quien trata en un nueva obra la vida de Jesús desde un punto de vista puramente histórico, refiriéndose al relato de la resurrección de Lázaro que se halla en el capítulo 11 del Evangelio según San Juan, y que acepta como narración de un testigo ocular, dice: "Como sucede con tantos otros relatos que aparecen en nuestras mejores fuentes, el historiador solo puede repetirlos sin buscar explicaciones psicológicas o de alguna otra índole" (Jesús in the Light of History, Jesús ala luz de la historia, p. 206). Es posible que la posición del Dr. Olmstead no satisfaga al físico o al psicólogo; en realidad tampoco satisface al teólogo; pero muestra que el método histórico tiene sus limitaciones, así como los métodos de "la ciencia" tienen sus limitaciones, aunque en un sentido más restringido y popular, si es que podemos atrevernos a expresarlo de esta manera.
   El Profesor Raven dice que "la verdadera defensa del cristianismo es su interpretación" (Jesús and the Gospel of Love, Jesús y el Evangelio de Amor, p. 16). La misma afirmación puede hacerse sobre los milagros del Evangelio. Nuestro interés primordial debería ser entenderlos, no "defenderlos", y cuando hayamos aprendido a comprenderlos, descubriremos que la defensa puede cuidarse por sí sola. Cristo es el centro del Evangelio y los milagros han de ser contemplados a la luz de su Persona. Queda en realidad fuera de la cuestión demostrar cómo muchos de esos milagros no son tan "imposibles" a la luz de la ciencia moderna, después de todo. Interesante como pueda resultar el explicar las narraciones de curaciones milagrosas en términos de la sanidad por la fe o la psicoterapia, el planteamiento no nos ayudará a apreciar el significado que tienen en los anales del Evangelio.    Un predicador y escritor muy popular trata varios de los milagros del Nuevo Testamento desde el punto de vista psicológico, y los presenta de un modo muy hábil, aunque no siempre convincente, como cuando por ejemplo atribuye el mal que aquejaba al hombre poseído por una legión de espíritus endemoniados1, al recuerdo de un día terrible de su niñez en que vio una legión de soldados de Herodes masacrando a los niños de Belén. Si esta clase de argumentos ayuda a cierta clase de personas para que crean los anales del Evangelio, nada tenemos que decir. Quizá hasta se hallen dispuestas a aceptar el relato de resurrecciones de muertos basadas en casos en que los enfermos han estado muertos técnicamente por unos minutos y luego recobraron la vida (véase, como ejemplo, "Bringing Dead Men to Life, Trayendo hombres muertos a la vida'. por V. Negovsky y A. Makarychev, en la revista World Digest, El Digesto del Mundo, N° 70 del mes de febrero de 1945, pp 3 y sig.).
   Esta clase de argumentos puede facilitar a cierta gente la creencia en la resurrección de la hija de Jairo, o hasta la del hijo de la viuda de Naín; pero no cuadra, ni se ajusta, en el caso de la resurrección de Lázaro, quien había estado sepultado cuatro días. Y estas otras resurrecciones de muertos traen a colación el milagro central del Evangelio: la Resurrección del mismo Señor Jesucristo. Desde el momento en que ocurrió el hecho se han fraguado tentativas para racionalizarlo o descartar el relato, puesto que la guardia romana que custodiaba el Templo de Jerusalém y que era la encargada de custodiar el sepulcro de Jesús, fué sobornada por los sacerdotes principales de aquella hora para que dijeran, "Sus discípulos vinieron de noche y le hurtaron, mientras nosotros dormíamos" (Mat_28:13) Esta fué la primera de una serie de racionalizaciones. Otros han sugerido que el Señor no murió en verdad. George Moore trata este tema imaginativamente en su libro The Brook Kerith, El arroyo Kerith, pero al hacerlo el lector se percata que tal situación no puede tener nada que ver con el surgimiento histórico del cristianismo. Otros alegan que las mujeres dieron con un sepulcro equivocado. O que las autoridades judías hicieron retirar el cadáver para impedir que el cuerpo, o el sepulcro, se convirtiera en centro de devoción o que causará mayores alborotos. O que los discípulos consintieron en ser víctimas de alucinaciones, o se vieron sujetos a diversas experiencias psicológicas extrañas. O que inventaron deliberadamente el cuento de la resurrección. Es decir, se busca cualquier substituto que anule la única interpretación que se ajusta a los hechos consecuentes, o sea, que el Señor resucitó de entre los muertos realmente.
   Es indudable que, al comparar los varios relatos de las apariciones de la Resurrección, surgen ciertas dificultades bien conocidas en lo que respecta a detalles de tiempo y de lugar. Algunas podrían ser solucionadas fácilmente si supiéramos cómo terminó originariamente el Evangelio de Marcos. Tal como aparece en la evidencia textual, es posible que la terminación originaria se haya perdido en fecha muy temprana, pues la narración se corta bruscamente en Mar_16:8 (véase mi trabajo "The End of the Second Gospel, El final del Segundo Evangelio" en The Evangelical Quarterly xvn de 1945, pp. 169 y sig. Los versículos insertados actualmente corresponden a un apéndice posterior). Pero cuando se toma en cuenta la dificultad de armonizar todos los detalles, uno se confronta con una muralla sólida y compacta de hechos históricos: 1) La tumba estaba realmente vacía; 2) El Señor apareció a varias personas y grupos de discípulos, tanto en Judea como en Galilea, y 3) Las autoridades judías no pudieron desvirtuar las pretensiones de los discípulos de que el Señor había resucitado en verdad de entre los muertos.
   Cuando después de unos cincuenta días de la crucifixión los discípulos dieron comienzo a la proclamación pública del Evangelio, presentaron como argumento central el hecho de que Jesús había resucitado de entre los muertos. "Nosotros lo vimos vivo", afirmaron. El apóstol Pablo cita el resumen de la evidencia que él mismo recibió cuando dice: "Y apareció a Cefas (es decir, a Pedro), y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos juntos; de los cuales muchos viven todavía (es decir, cerca del año 54, a unos veinticinco años de la crucifixión), y otros son muertos. Des¬pués apareció a Santiago (hermano del Señor), después a todos los discípulos" (1Co_15:5-7). Vale la pena observar que en sus referencias públicas a la resurrección, los predicadores no apelaron al testimonio de las mujeres que fueron, precisamente, las que primero llegaron al sepulcro; porque hubiera resultado muy fácil contestarles: "¡Bah! !Ya sabemos lo que vale una visión de mujeres histéricas!"
   Pero sucedió que la proclamación de Cristo como resucitado y la consiguiente demostración de su mesianismo y de su deidad y divinidad como Hijo de Dios, causó una impresión profunda e inmediata en el populacho de Jerusalém, al punto que las autoridades sacerdotales tomaron medidas inmediatas con el propósito de poner coto al nuevo movimiento. Pero no tuvieron éxito. Si Jesús no hubiera resucitado en realidad, ellos tenían medios a su alcance para demostrarlo. Todo el poder estaba en sus manos y las autoridades romanas hubieran tenido interés en apoyarlos. No habría resultado una dificultad insuperable encontrar y exhibir el cuerpo de Jesús.

Finalmente nos encontramos con la vieja dificultad: ¿Qué se hizo del cuerpo de Jesús? 
Se nos dice que sin duda se perdió de alguna manera. ¿Quiere decir, entonces, que resulta 
fácil que un cuerpo humano pueda extraviarse en cualquier momento? Cómo pudo perderse 
en la tempestad de amor y de odio que reinaba en Jerusalém en aquellos momentos, es algo 
que va más allá de la comprensión humana. ¿No apareció ninguna Antígona entre aquellas 
mujeres que afrontara la situación y recordara el lugar dónde fué puesto el cuerpo del Señor? 
¿Será posible que María fuera menos leal a su propio Hijo que la joven griega a su hermano? 
¿No hubo ningún saduceo o fariseo, con suficiente visión y vigilancia, que destruyera la fe 
incipiente mostrando el cadáver que se necesitaba para demostrar la falsedad de la aseveración 
de los cristianos?  ¿Concuerda ésto con el carácter que conocemos de Caifas? No pocos modernistas 
alegan que la dificultad no estriba en el milagro com obstáculo a priori, sino en la falta de evidencias. 
Pero lo menos que podemos decir en este momento es que éste no es el caso. La impresión que produce 
todo el trato de la narración de la Resurrección es que aquí, por lo menos, la dificultad a priori 
es la que determina todo el impedimento (D. S. Cairns, The Faith that Rebels, La Fe que se rebela, pp. 52 y sig.).

   Pero para los cristianos primitivos la Resurrección de Cristo tuvo algo más que un mero significado histórico. En primer lugar, fué la gran demostración del mesianismo de Jesús. La resurrección no lo hizo Mesías, sino que reveló que El es el Mesías. Como bien dice el apóstol Pablo, El "fué declarado Hijo de Dios con poder... por la resurrección de los muertos" (Rom_1:4). Pero también fué la demostración del gran poder de Dios. Ese poder ya se había manifestado muchas veces en la historia del mundo, pero nunca, con la magnificencia tan terminante como en la Resurreción de Cristo. Y el despliegue del poder de Dios en la historia no es simplemente un evento en la misma historia; tiene un significado personal para cada cristiano creyente, porque el mismo poder victorioso que levantó a Jesús de entre los muertos, es el que opera en sus seguidores y consigue en la vida de ellos el triunfo sobre el dominio del mal. Para estar en condiciones de apreciar el poder que Dios ejerció en la Resurrección de Cristo, es preciso que cada cual lo justiprecie en su propia vida-y experiencia. De aquí que el apóstol Pablo orara para que pudiera conocer a Cristo, "y el poder de su resurrección" (Flp_3:10).
   En cuanto a lo que los ojos humanos pudieron ver, Jesús fué un espectáculo de necia debilidad mientras pendía de la cruz. Pero cuando contemplamos la Cruz a la luz de la Resurrección, vemos en Cristo crucificado el Poder y la Sabiduría de Dios, y los relatos de los milagros de los Evangelios deben ser considerados apropiadamente de esta manera. Si Cristo es el Poder de Dios, entonces esos relatos aparecen razonables y naturales y no constituyen un obstáculo para la fe, porque debemos esperar manifestaciones de poder divino de Quien es la Encarnación del Poder de Dios. La opinión que tengamos  de los milagros depende, pues, del concepto que tengamos de Cristo. Los dos se hallan relacionados con las narraciones de los Evangelios porque son simplemente ilustraciones de ese poder que fué revelado supremamente en la Resurrección de Cristo, y que el Evangelio coloca libremente al alcance de todos los que creen en Cristo. Visto el problema desde ese punto de vista, los anales de los milagros aparecen con significado evangélico de un modo instintivo.

Así resulta, escribe Alan Richardson, que la respuesta a la pregunta, ¿Sucedieron los milagros?, 
sea siempre una contestación personal. No se trata del juicio de un historiador por un lado y el 
del investigador científico por el otro, o el veredicto de una escuela teológica o el pronunciamiento 
de un concilio autorizado de eclesiásticos. Es el "Sí" que ofrece la fe al desafío que ofrece el Nuevo 
Testamento cuando nos presenta a Cristo — el único Cristo que conocemos. Cuando decimos 
"Sí" a la formulación sobre Cristo, asentimos a la presentación apostólica de que el poder de Dios 
se manifestó en El y se mostró activo para nuestra salvación "bajo Poncio Pilato", y que lo estuvo 
desde el principio. Quien estas líneas escribe no puede hacer menos que dar testimonio de su convicción 
de que el poder de Dios se reveló en Cristo y de que, por lo tanto, los milagros tuvieron lugar 
(The Miracle-Stories of the Gospels, Las narraciones milagrosas de los Evangelios, pp. 127 by sig.).

   Esta respuesta a la fe que señala el Canónigo Richardson, no nos exime del deber de comprender el significado especial que importan los diversos relatos de los milagros, y considerar cada uno a la luz de todos los conocimientos que tenemos a la mano, ya sean históricos o de otra índole. Pero estos deberes son secundarios; el primario consiste en enfocar todo el problema en su debido contexto, tal como queda expuesto en el significado del más grande de los milagros: el de la Resurrección de Cristo.
   Si procedemos a investigar cuál es la evidencia independiente no-cristiana referente a los milagros de los Evangelios, encontramos que los escritores primitivos no-cristianos que de algún modo se refieren a Jesús, no disputan que El haya obrado milagros. Como veremos más adelante, Flavio Josefo lo llama obrador de milagros; referencias judías posteriores que aparecen en escritos rabínicos atribuyen sus milagros a la hechicería, como también veremos en otro capítulo; pero no los niegan, así como durante los días de su encarnación no faltaron quienes adjudicaron su poder a la posesión demoníaca. Celso, el filósofo crítico del cristianismo del siglo segundo, ofrece la explicación del sortilegio (Orígenes, Contra Celsum, i. 38; ii. 48). Los apóstoles neotestamentarios hablan de los milagros de Cristo como hechos que son tan bien conocidos por el auditorio como por ellos mismos; igualmente los apologistas de los primeros tiempos los mencionan como sucesos que nadie disputa entre los opositores del cristianismo 3. Justino Mártir dice que en el informe oficial de Pilato aparece un relato de ellos; pero esto lo veremos más adelante.
   Ya hemos mencionado los milagros de curaciones mediante la fe y la oración. Ellos ofrecen muy pocas dificultades en la actualidad. Los llamados "milagros de la naturaleza" corresponden a una categoría distinta, y la reacción de cada cual la determinará la actitud que asuma frente a Cristo mismo. SI El es en verdad el Poder de Dios, entonces no hemos de sorprendernos que realice actos creadores genuinos. Sí El no lo es, entonces es preciso recurrir a otra clase de explicaciones tales como mala interpretación, alucinación de parte de los testigos, impostura, corrupción de los anales en el proceso de la transmisión, o cosas por el estilo.
   Tenemos por ejemplo la historia del cambio del agua en vino que aparece en el capítulo 2 del Evangelio según San Juan, que es, desde varios puntos de vista, única en los anales de los milagros de los Evangelios. Se la puede tratar como lo hace un escritor que sugiere que el agua permaneció siendo agua todo el tiempo, pero que Jesús la hizo servir como vino en un arranque de buen humor y jocosidad, mientras el maestro de ceremonias, que también formaba parte de la inocente humorada, decía, "¡Por supuesto, es el mejor vino! ¡Es el vino de Adán! Pero, ¿por qué se ha dejado lo mejor hasta este momento?" Pero tratar a la narración de esta manera revela que no se lia entendido en absoluto el punto de vista y el contexto de la historia, al tiempo que resulta ridículo relacionar la narración con las palabras: "Este principio de señales hizo Jesús en Canáa de Galilea, y manifestó su gloria" (versículo Jua_2:11), por no decir nada de la falta de conexión con el propósito del Cuarto Evangelitsa manifestado a través de la expresión que dice: "Estas cosas, empero, son escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios" (Jua_20:31). Tal reconstrucción no merece ser dignificada ni con el título de racionalización. Cualesquiera sean las clases de dificultades que incluya el relato de Juan, es evidente que contiene algo que sucedió de un modo tan maravilloso, que los discípulos vieron en ello revelada la Gloria Divina de su Señor.
   "Este principio de señales hizo Jesús". El Cuarto Evangelio siempre llama "señales" a los milagros del Señor, y en el resto del Nuevo Testamento la voz que denota "milagro" o "maravilla' siempre va unida al término "señal".
   "Señales y maravillas" es la terminología usual como si con ello se quisiera enseñar que la narración de los milagros no tiene por único propósito causar asombro en los oyentes y lectores, sino que lleva también su propio valor intrínseco. El Señor Jesús no tuvo una opinión muy elevada de la creencia que es provocada por la atestación de milagros (véase Jua_2:23-25 y Jua_6:26). El quiere que los hombres comprendan lo que los milagros valen por sí mismos. Son indicios de la Era Mesiánica, tal como la vislumbraron los profetas de antaño. Igual cosa sucede con los milagros que figuran en el libro Hechos de los Apóstoles, porque fueron realizados en el Nombre de Jesús y mediante su Poder, transmitido a través de los apóstoles. Son "obras poderosas", significando que el poder de Dios ha penetrado en la vida humana; son "los poderes de la era que vendrá" (Heb_6:5), lo que equivale a decir que la era que vendrá ya invadió la presente por medio de Cristo. En la época del ministerio de Jesús y durante los días apostólicos mucha gente se vio atraída por el asombro de esos hechos, pero hubo otra que comprendió lo que significaban y pudo decir con Juan: "El Verbo se hizo carne y habitó en su Tabernáculo entre nosotros, y nosotros vimos su gloria" (Jua_1:14).
   Así fué cómo las señales de curaciones eran indicios de la Era Mesiánica, porque, ¿acaso no está escrito por Isaías el profeta, "Los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos serán destapados. Entonces el cojo saltará como la gacela, y la lengua de los mudos cantará"? (Isa_35:5 y sig.). Además, el poder que conquistó todas esas dolencias es el mismo que pudo prevalecer sobre todas las formas del mal. Es la autoridad de Cristo que dijo al paralítico: "Levántate, toma tu lecho y anda", y la misma que agregó inmediatamente: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Esto quiere decir que la operación visible del poder sanador de Cristo, es la prueba de su poder perdonador (Mar_2:10 y sig.). Vemos, entonces, que todos los milagros de curaciones son, en un sentido, parábolas de la liberación que el alma experimenta del pecado y, por consiguiente, queda ampliamente justificado el lugar prominente que ocupan en la narración de los Evangelios.
   Los milagros sobre la naturaleza fueron también señales de la Era Mesiánica, era que habría de ser de fructividad sin precedentes, y que se vio representada por la señal del vino y la multiplicación de los panes. La Era Mesiánica quedó ejemplificada, además, como una fiesta de bodas, y el milagro efectuado por Jesús en Cana de Galilea fué señal del gozo abundante de aquella época que, al decir de Jesús a sus discípulos, es prenda del reino de los cielos que ha llegado. También es significativo que la Nueva Era fué frente a la Antigua, y el cristianismo frente al judaismo, lo que el vino es al agua, a pesar del proverbio que reza, "Lo antiguo es lo mejor".
   El otro gran milagro sobre la naturaleza es el de la alimentación de una multitud con unos pocos panes y unos pocos peces. En los dos primeros Evangelios aparecen dos relatos sobre el particular: uno en el que 5.000 personas son alimentadas con cinco panes y dos peces (Mat_14:15 y sig., y Mar_6:35 y sig.), y otro en el que 4.000 son alimentadas con siete panes y unos pocos peces (Mat_15:32 y sig., y Mar_8:1 y sig.). Con frecuencia se cree que son relatos duplicados de un mismo acontecimiento; pero no es así. Como ya vimos, la semejanza de las narraciones puede explicarse con el auxilio de la terminología de la Crítica de Formas. Jesús mismo se refiere a ellas como dos ocasiones enteramente distintas en Mar_8:19 y sig., y rechazar sus palabras como no genuinas porque no cuadran con una teoría determinada, se torna en actitud sospechosa. En realidad de verdad, los dos incidentes corresponden a dos series paralelas de hechos similares: uno ocurrido en territorio judío, el otro en territorio gentil, al norte y al este de Galilea.   Los hechos fueron seleccionados para mostrar porqué Jesús repitió la ocasión entre los gentiles del mismo modo que lo hizo entre los judíos. Se ha sugerido que es significativa la diferencia que se hace en los relatos de las voces "cestas", "espuertas" y "cofines". La que se usa en el primero es una cesta que lleva en sí la idea de cierto utensilio judío, mientras que.la del segundo es de orden más bien general. Puesto que el apóstol Pedro es el autor que se perfila detrás del Segundo Evangelio, no ha de sorprender que haya empleado las llaves del reino de los cielos para abrir la puerta de la fe, primero a los judíos y luego a los gentiles, narrando estos dos episodios similares en su Evangelio para mostrar cómo Cristo es el Pan de Vida, tanto para judíos como para gentiles.
   De acuerdo con el sentido de los relatos, los dos milagros son actos de un poder sobrehumano, y si pretendemos racionalizarlos, les restamos todo su valor. Resulta demasiado fácil sugerir que el muchacho que entregó los panes y los peces dio un ejemplo que cundió entre los demás para que entregaran también sus provisiones para que alcanzaran para todos; pero eso no es lo que relata el Evangelio. Y aquí surge de nuevo lo que ya dijimos: nuestro concepto de Cristo proporciona la pauta que marca la diferencia del modo cómo confrontamos el milagro. La multiplicación de los panes fué la señal de la Fiesta Mesiánica; significó la abundancia de provisiones para que los hombres encuentren en Cristo al verdadero Pan de Dios. Qué significado puede haber en el pez es menos obvio; con todo, recordamos el uso que hizo del pez la iglesia primitiva como símbolo de Cristo. Sea como fuere, la mayor parte de los que presenciaron el milagro lo vieron como milagro solamente; pero es muy significativo que sea en el Evangelio de Marcos donde Jesús ayuda a los discípulos a comprender el significado real que encierra la multiplicación de los panes (Mar_8:19-21), y que aparece unos pocos versículos antes de la declaración que Pedro formuló en Cesárea de Filipos:

Cuando partí los cinco panes entre los cinco mil, ¿cuántas espuertas llenas de los pedazos recogisteis? 
Y ellos dijeron, Doce. Y cuando los siete panes entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de pedazos 
llenasteis? Y ellos dijeron, Siete.  Y les dijo, ¿Todavía no entendéis?

   Resulta bastante significativo que entre estas palabras y el incidente de Cesárea de Filipos aparezca la curación del ciego de Betsaida, quien recibió la vista gradualmente, porque primero vio a los seres humanos como si fuesen árboles que caminaban, y luego vio las cosas con entera claridad (Mar_8:22 y sig.), —que tipifica una parábola de los discípulos que habían visto obscuramente hasta entonces el mesianismo del Señor, pero que ahora, por medio de Pedro, "el corifeo de los apóstoles", van a declarar dentro de poco tiempo y de un modo franco y abierto, "Tú eres el Mesías". ¿No sería esto lo que quiso decirles Jesús cuando les preguntó: "¿Todavía no entendéis?" ¿Y no es esta la gran verdad de la cual son señales los milagros de la alimentación de las multitudes, como también todos los demás?
   Vamos a citar dos milagros más, porque ambos son malentendidos por lo general. El primero corresponde al relato de la moneda que aparece en la boca del pez (Mat_17:24 y sig.), suceso que lo examina la Crítica de Formas. Es indudable que en la primitiva Iglesia de Jerusalén tiene que haber surgido con frecuencia el problema de si los judíos cristianos debían continuar pagando la tasa del Templo representada por el medio siclo de plata que cada hombre judío adulto debía satisfacer. Según varios Criticistas de Formas se llegó a la conclusión de que pagarían la tasa para no ofender a los connacionales, aunque no se sentían obligados a hacerlo. Este fué el corte práctico del problema. Pero cuando se nos dice que la decisión fué trasladada a la época de Jesús, mediante una ficción legal, para investirla con su autoridad, forzosamente tenemos que vacilar. La destrucción del Templo de Jerusa-lém en el año 70 finiquitó todo el asunto, y sin duda al debatirse la cuestión en la iglesia de Jerusalén muchos habrán preguntado si el acontecimiento habrá sucedido o no durante el ministerio del Señor-. Es probable que el corte que le dio la iglesia de Jerusalén resultó satisfactorio, pero no explica el invento de la historia sino el relato. Cuando surgió el problema de la tasa del Templo la pregunta natural fué: "¿Dijo algo el Señor al respecto? ¿Pagó El mismo el medio siclo de plata?" Y la solución que le dio la iglesia primitiva no excluye el que el Señor le haya dado ya solución durante su vida.
Pero, aparte de lo que la historia significa, no faltan quienes creen ver en el milagro una dificultad que se halla encerrada en las palabras de Jesús que terminan el incidente.
(Obsérvese que no dice que Pedro encontró una moneda en la boca del pez; pero se hace suponer claramente que la encontró). Es fácil, también, decir que Pedro pescó un pez que luego vendió por un siclo de plata, consiguiendo de este modo el dinero para oblar la tasa suya y la del Maestro y, en tal caso, la racionalización no daña, mayormente, el significado del relato. Pero no faltan racionalistas que parecen suponer que el milagro consiste en que Pedro encontró la moneda en la boca del pez. Y en ello no hubo nada milagroso; muy a menudo se han encontrado objetos semejantes en la boca o en el estómago de peces 4. El "milagro", si es que existe, es que Jesús supiera de antemano que Pedro encontraría un siclo allí5, de modo que nuevamente tenemos que resolvernos sobre el problema de quién es Cristo, antes que podamos llegar a la conclusiones acerca de los milagros que se le atribuyen.
   El otro milagro es el de la higuera infructuosa (Mar_11:12 y sig.) que para muchos resulta una piedra de tropiezo. Creen que Jesús no estuvo a la altura de las circunstancias, que alguien comprendió mal lo sucedido, o que convirtió a una parábola hablada en un milagro accionado o algo por el estilo. Otros acogen el relato porque dicen que muestra a Jesús como lo suficientemente humano para mostrarse irrazonablemente molesto en algunas ocasiones, como lo hizo el comentarista del New Commentary del obispo Gore, en un periódico racionalista hace ya algunos años. Sin embargo, un conocimiento más acabado de las higueras evitaría semejantes malos entendidos. "Porque no era tiempo de higos", dice Marcos, puesto que era justamente antes de la Pascua, vale decir, unas seis semanas antes de que aparecieran los higos bien formados. El hecho de que Marcos añada tales palabras indica que sabe lo que dice. El Dr. W. M. Christie dice en su obra Palestine Calling, Habla Palestina, que cuando aparecen las hojas en las higueras, más o menos a fines de marzo, vienen acompañadas por un cortejo de pequeños botones que los árabes llaman taqsh, y constituyen una especie de precursor de los higos verdaderos. Los campesinos comen esos taqsh cuando se ven acosados por el hambre, pero se caen antes que el higo verdadero esté formado. Si la hoja aparece sin la compañía de los taqsh, es indicio de que ese año no habrá higos. Por eso bien dice el Dr. Christie que " todo el procedimiento de Cristo concuerda, naturalmente con lo que hubiera hecho cualquier persona, y la condena que pronunció fué comprendida perfectamente por los circunstantes. Se trataba de un árbol infructuoso, totalmente inútil" (pp. 118 y sig.).
   Todo el incidente es una parábola representada. Es evidente que la higuera era símbolo de la nación judía. Lo que nuestro Señor quiso enseñar es que, habiendo venido a la nación judía, encontró mucha profesión de fe, pero no evidencias de frutos, y el hecho de que la higuera se secara indicó la señal de que el desastre haría presa de Jerusalén dentro de muy poco tiempo. Pero para los discípulos el incidente contuvo una lección muy sencilla pero de alta significación moral, realzada por las palabras, "Tened fe en Dios" (Mar_11:22) y, en consonancia con otros milagros, el episodio encierra la misma moral para nosotros. Esos milagros han sido consignados como señales del poder de Dios y, aunque pudiéramos demostrar su historicidad a carta cabal, podríamos no percibir el punto de vista del relato si no viéramos en ellos los indicios de la actividad de Dios en la historia, culminada por la aparición de Cristo en la tierra. Y así los milagros de los Evangelios son lecciones objetivas, parábolas actualizadas del mismo Reino de Dios y, a semejanza de la totalidad del Evangelio, nos desafían a que tengamos fe en Dios, tal como lo revela Cristo. Citamos otra vez al Canónigo Richardson para decir con él:

Podemos comprender los motivos de quienes formularon y entregaron originariamente 
los relatos de los milagros, solamente cuando ponemos a un lado nuestras teorías y 
racionalizaciones y aceptamos el testimonio de las Escrituras, lo mismo que el propósito 
que tuvieron los evangelistas al darles cabida en sus escritos. Entonces nos damos cuenta 
que es verdad en lo que concierne a los relatos de los milagros, como de las demás porciones 
de los anales de los Evangelios, que "estas cosas, empero, han sido escritas para que creáis 
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" (Jua_20:31)
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