Cristianos viven y trabajan en condiciones de semiesclavitud en Pakistán

Con solo 10 años, Vishaal George carga sobre sus espaldas 1.825 jornadas de duro trabajo en una fábrica de ladrillos en el distrito de Kasur, a las afueras de Lahore, capital del Punjab. George nunca ha ido a la escuela y, prácticamente, su mundo se reduce al perímetro que rodea las inmediaciones de Battha Bahadurpura, donde un centenar de familias de cristianos viven y trabajan en condiciones de semiesclavitud.
Un manto de espesa niebla cubre el área y aumenta la sensación de frío invernal.

Apenas ha salido el sol y George, todavía con cara de sueño, se enfunda su shalwar-kamez y sale a toda prisa del pequeño habitáculo, de paja y adobe, que comparte con sus cuatro hermanos, menores que él, y sus padres. Mansha, su papá tiene mirada de preocupación. De nuevo, Mariam, su esposa, ha escupido sangre.

Hace seis años, Mansha tuvo que pedir al dueño de la fábrica de ladrillos un préstamo de 9.000 dólares para un tratamiento médico que necesitaba su mujer, enferma de tuberculosis. Para devolver el anticipo, Mansha debió poner a trabajar a su hijo.

Por cada mil ladrillos que fabrican, el usurero les deduce seis dólares del total que tienen que pagarle por el préstamo más intereses. Una deuda que han contraído de por vida porque siguen precisando de pequeños adelantos para los gastos del día a día y las medicinas de su mujer.

Otro caso similar es de Khajal Munawar, hace diez años, pidió un préstamo de 150 euros para los gastos de la boda de su hermana, pero el dueño de la fábrica de ladrillos lo estafó, aprovechándose de que no sabía leer ni escribir, y añadió un cero más a la cantidad que puso en el recibo. Al día siguiente fue a hablar con el capataz para explicarle el error y este lo denunció a la Policía.

Khajal fue acusado de pretender robar al patrón y terminó en prisión. El 'paternal' dueño se apiadó del pobre infeliz y pagó la fianza de 1.700 euros para que saliera de la cárcel, por lo que Khajal le debe ahora más de 3.000 euros. Para pagar la cuantiosa deuda, se vio obligado a poner a trabajar a toda su familia.

"La justicia no nos ampara, no tenemos derechos porque somos trabajadores ilegales. Además, como somos cristianos, los jueces siempre les dan la razón a los empresarios, que son musulmanes", lamenta Khajal, mientras sacude sus sucias y ajadas manos en su shalwar-kamez.

Esta situación de explotación laboral se repite en cada uno de los hornos de ladrillo distribuidos en todo Pakistán. Según el Instituto de Formación y Empleo de Pakistán, entre 750.000 y 900.000 personas, de las cuales 250.000 son menores, se mantienen forzadas a trabajar en condiciones de servidumbre. La inmensa mayoría son cristianos, debido a su posición de minoría marginal sin oportunidad de otros empleos ni mejoras laborales.

La comunidad cristiana de Pakistán, que no representa más de un 5 por ciento de una población de 80 millones, sufre exclusión social por la mayoría musulmana, además de una creciente inseguridad por las amenazas de los extremistas.

"El cristiano es considerado un ser humano inferior en Pakistán. Entonces es muy difícil para los jóvenes encontrar puestos de trabajo. Cuando llevan nombres cristianos como Patrax, Samón, Pedro, Simón, de inmediato los rechazan. Debemos demostrar que nuestros chicos están preparados y hay que darles una oportunidad", afirma Miguel Ángel.